Aquí sentada quema el sol, veo el mar frente a mí y no
puedo avanzar hacia él, estoy petrificada, sólo puedo imaginar lo refrescante que resultaría el sumergirme
por completo en el vaivén de las olas. Se ven tan felices esos niños brincando
la espuma del mar que llega a sus pies y luego se va, ¿No sé cómo pueden estar
allí tan campantes? En cualquier momento una ola los arrastrará y quizá nadie
los vea, morirían tragados por el mar, nadie se daría cuenta. El mar es tan grande,
profundo, traicionero. Sí eso es, traicionero, cuando crees que ya vas a salir,
zas te atrapa, te jala, te revuelca sin piedad. Y esas mujeres se lucen
caminando hacia él para zambullirse, se sienten tan sexys y en un abrir y cerrar
de ojos, quedarán atrapadas por las olas, sería su último aliento; quizá una
entre y desaparezca, de pronto nadie la vuelve a ver y sin más su vida termina.
Y yo sigo aquí sentada, hace tanto calor. Ya viene otra vez Pablo a molestar
con que entre al mar.
-Métete, está riquísima el agua.
- No Pablo, gracias, no me gusta estar toda llena de agua
salada.
-Vamos, después te enjuagas.
-No, en serio, prefiero asolearme.
No puedo creer que toda esa gente entre a nadar tan confiada. Estoy acalorada, tendré que ir
nuevamente a una regadera para enjuagarme y refrescarme un poco, no me vaya a
dar una insolación.
-Señorita, ¿ya se va a remojar otra vez?, mejor nade un
poco, el mar está muy tranquilo.
-¡¿Muy tranquilo?! Eso parece, pero en realidad las olas
te jalan cuando menos te lo esperas o puedes caer a uno de esos hoyos extraños
que se crean, y a ver, ni quien se dé cuenta.
-Pero güerita, es usted muy trágica, eso sería como no
subir a un avión porque se puede caer, o como no viajar en carro porque puede chocar.
¡Métase!, no tenga miedo, le va a gustar.
-Pues sí, es lo mismo, por eso hay que andar con cuidado,
debe uno medir sus propias fuerzas. Ah,
y no es miedo.
¿Será una obligación o un placer entrar al mar? ¡Qué
señor tan molesto! En seguida entro a la regadera y siento como mi cuerpo se
hidrata, creo que el agua al tocar mi piel hierve, burbujea y se evapora, como
cuando echas unas cuantas gotas de agua a una sartén hirviendo. Me refresco de
la cabeza a los pies y el buen humor regresa a mí, ya me siento más ligera, unos
momentos bajo el agua de la regadera pública y ya soy otra. Leeré un poco. Veo que pasa un mesero con su
charola llena de cervezas y se me antoja una, ¡hey mesero!, me trae una cerveza
por favor, voy a estar en aquella palapa, la de las toallas moradas. Me retiro
el exceso de agua, tomo mi bastón y camino entre la gente, el arena quema y no
puedo avanzar con rapidez, ojalá pudiera correr, pero busco los lugares que se
ven sombreados para llegar a recostarme.
Me unto del aceite de coco que compré a los insistentes
vendedores ambulantes, también compré un lindo sombrero de paja, de esos de ala
ancha, y es que en lugar de nadar como todos, pues me asoleo y compro cosas; el
mar es extraño, he visto cómo las personas caen y las olas los revuelcan, por
eso también compré una pulsera de plata y más tarde me peinaré con unas
trencitas, ya le dije a la doña que venga a peinarme después, de seguro va a volver. Me recuesto bajo la
sombra de la palapa y al fin llega mi cerveza, le doy un trago y agarro el
libro que traje para relajarme, siempre un buen libro aquieta mis ansias de
hacer lo que no puedo hacer.
Pero cómo desperdiciar mis ojos en letras y más letras.
En este lugar puedo sentir el sonido del mar, sentir las olas que rompen,
sentir el calor del sol sobre mi piel, sentir el vuelo lento de las aves para
luego apresurarse de picada sobre el mar y atrapar su presa ¡Qué armonía! Hasta
el viento moviendo las palmeras, y un rocío que no se percibe, hacen que todos
mis sentidos queden cautivados, creo que ya no tengo miedo. ¡Pablo, amor!, ya quiero
entrar al mar, ¿me ayudas?
Camino sobre la arena mojada, el agua al fin toca mis trastornados
pies y me detengo. Un poco más, me dice Pablo, y avanzamos. En donde rompe la
ola siento que me caigo, pero Pablo me sostiene fuertemente. Ya puedo comenzar
a nadar, más al fondo todo es muy tranquilo, allí está la cuerda donde uno puede
sostenerse para sentir que en realidad… no somos nada. El mar es inmenso, es bueno y está quieto, nos mece a
su antojo, sostenidos en la cuerda subimos y bajamos al ritmo del oleaje, fácilmente
te pierdes en él, causa tanta paz… Me
arrancó la angustia, el desespero, la ansiedad, somos como una sola cosa.
Somos como una pintura de Dalí, como “La muchacha en la
ventana” frente al mar, los tonos azules que me rodean, la sensación de humedad
y calor, los olores a coco y mar, lo salado del agua, el sonido del viento y el
graznido de las aves, y mi sonrisa idiota por estar aquí. Ya me quiero salir. Amor
vámonos, ya tengo hambre. Nadamos hasta la orilla, me levanta con fuerza antes
de que llegue la siguiente ola y me ayuda a caminar hasta la palapa; me
recuesto, simplemente me dejé caer sobre el camastro.
- Fue cansado, el mar relaja tanto que cansa, ¿No crees
Pablo?
- Si, nadar en el mar es muy cansado porque estamos en la
orilla y batallamos contra el rompimiento de olas, pero en general es más fácil
sostenerse en agua salada que en agua dulce.
- Vayamos a pescar, deberíamos rentar una lancha que nos
lleve mar adentro y nadar un poco, eso sería diferente.
-Primero no querías nada con el mar y ahora ¿quieres
pescar y nadar?
-Bueno, es que ya descubrí que el mar tiene su encanto y
si he de morir porque mi avión se estrelló, o porque chocamos en carretera,
entonces elijo que una ola de mar me trague para fundirme en la inmensidad.
Sentada en la orilla de la lancha, me sostengo de la
barandilla de proa, veo cómo abriendo a su paso la anchura del mar, vamos
dejando atrás todo lo que representa la estabilidad de pisar tierra firme,
ahora estamos a la deriva, sin rumbo fijo, sólo avanzando; a excepción de que
el experto dueño del bote sabe muy bien hacia dónde vamos para poder pescar y
también sabe cómo volver. Pero yo, que
no sé nada de navegación, siento que estamos perdidos, el mar se ha apoderado
de nosotros, somos presa fácil de su fuerza y soberanía, una simple ola
violenta nos volcaría a su antojo y sería el fin. Aunque con el motor de esta
lancha, parece que es el hombre quien toma el
mando sobre toda la extensión de agua salada, estamos rodeados: sólo el
cielo, el mar y nosotros, el grupo de personas que pagamos para dar un paseo
por el mar, pescar y nadar un rato.
-Atención por favor, en unos momentos más verán a su
derecha un conjunto de rocas, allí vamos a anclar el bote para el que guste,
puede nadar un poco.
- Pablo, vamos ayúdame, quiero nadar para comprobar qué
tan fácil es flotar en el agua salada como dices.
Me sumerjo en el agua y no quiero abrir mis ojos, eso
arde. Nado hacia adelante y vuelvo pronto para sostenerme en la escalera que
han colocado en la popa, nado otra vez con un poco más de confianza, pero me
regreso. Me prestaron unos lentes para el agua, así que puedo ver sumergida,
intento nadar hacia el fondo, pero se pone muy oscuro y vuelvo ¡Es el abismo!
Nado hacia adelante, me sumerjo un poco, salgo y nado un poco más, quiero ir a
lo profundo, pero se me acaba el aire y tengo que salir, necesito volver al
bote, estoy cansada.
Me alejé demasiado, nadie me ve, preciso llegar porque
las fuerzas se me acaban, floto unos momentos, pero el agua entra a mi nariz y
empiezo a toser, me hundo, trago agua, ¿qué está pasándome? No puedo sostenerme,
nado un poco más, pero el bote parece alejarse, ¿dónde está Pablo?, ¿por qué
nadie me ve? Manoteo con las últimas fuerzas que me quedan, no consigo nada. Me
sumerjo para descansar un poco, salgo para flotar sin fuerzas y una pequeña ola
me cubre la cara y vuelvo a tragar agua. Sabía que el mar iba a robar mi último aliento, ya no puedo
seguir, suelto mi cuerpo y me sumerjo sin poder hacer nada, la luz del sol se
aleja por encima de mí, cierro mis
ojos.
Todo está muy obscuro, estoy flotando en la nada, no es
el agua, no siento nada, ni frío, ni calor, ni miedo, ni
angustia, estoy sin estar, veo sin ver, escucho sin escuchar, una voz que me
calma dice mi nombre:
-Valeria, Yo soy soberano sobre todas las cosas… tengo
planes para ti… no es el fin.
Una mano me sujeta el brazo con fuerza, mi cuerpo está
débil para reaccionar, siento un aliento de vida, abro mis ojos y está Pablo
frente a mí, toso y expulso agua, recobro la respiración, veo la luz del sol y
sé que estoy segura, estaré segura siempre aún en medio del mar, sonrío, abrazo
a Pablo fuertemente y los dos lloramos. El sol brilla más que nunca.