viernes, 3 de febrero de 2017

La incredulidad nos mantiene en el desierto

Me dí cuenta que aunque no me gusta admitirlo, estoy viviendo en un desierto desde hace varios años... ¿Qué hay en el desierto? En realidad estoy hablando del desierto que recorrió el pueblo de Dios al haber sido liberados de la esclavitud en la que vivían en Egipto, ellos caminaron por ese desierto durante cuarenta años, cuando en realidad debieron haber tardado unas cuantas semanas. Y fue su desobediencia a Dios lo que les retrasó. Entonces decíamos, ¿qué hay en ese desierto?

Definitivamente encontramos el maná, es decir, la provisión necesaria de cada día, aunque no hay una tierra fértil para sembrar y cosechar frutos, no lo hay, todo está seco, sólo tienen lo necesario por día.  Está también la nube que guía cada día, una nube que provee sombra cubriendo así del sol intenso, de la fatiga, de la deshidratación; encontramos  la columna de fuego que cada noche da el calor suficiente para que nadie muera de frío, da luz en medio de la intensa obscuridad natural de los desiertos y ese mismo fuego aleja a los animales ponzoñosos que surgen con la noche, así que hay protección de día y de noche. En ese trayecto, el pueblo de Dios tuvo agua, carne de codorniz y sus ropas no se desgastaban, todos ellos fueron acontecimientos sobrenaturales que llegaban para satisfacer sus necesidades básicas, ¡Cuánto amor no crees! Dios me asombra, si alguien dice que Dios no consiente y mima a los que ama, es porque está muy ciego. 

Este pueblo tuvo un trayecto sobrenatural de cuarenta años y aún viendo todos esos milagros de provisión, protección, sustento y misericordia de Dios, aún así sus corazones estuvieron endurecidos. Tanto que Dios decidió entregar la tierra prometida a las nuevas generaciones, así que hasta que murió toda la primera generación salida de Egipto, una generación necia, de corazón duro e incredulidad; hasta entonces es cuando Dios da la indicación de entrar a la tierra prometida. Esa tierra de donde fluye leche y miel, tierra fértil y abundante, las victorias y las conquistas toman lugar.

Exponiéndolo así, resulta muy claro el por qué es necesario pasar por el desierto, nos tenemos que deshacer de la incredulidad, la dureza de corazón, queja y murmuración. El tiempo que recorramos el desierto sí depende de Dios, pero porque Dios está esperando que nosotros estemos listos para creer, para luchar, para conquistar y por supuesto para obedecer.

Todo esto surgió cuándo le pregunté a Dios: "Señor, pero sí he creído, he dado pasos de fe y también he visto tu provisión ¿qué pasa?" Entonces entendí algo (que además ya lo había leído, pero esta vez entró profundamente a mi corazón). Cuando Moisés envía a los espías para ver la tierra que Dios les había dado para conquistarla, envía a doce hombres; al regreso diez de ellos dijeron que la tierra era buena, pero habitada por gigantes, hasta se enojaron contra Dios por haberlos llevado a una tierra de gigantes, se vieron a ellos mismos como langostas (como cucarachas para decirlo en términos actuales). Es decir, se sintieron tan poca cosa que se les olvidó todas las maravillas que ya Dios les había mostrado en todo ese camino, durante cuarenta años, todo el poder que hizo por ellos quedó nublado por el temor a los gigantes, la incredulidad y su auto menosprecio.

Escúchame bien (bueno lee atentamente) Siempre pensamos: "¿Cómo es posible que después de que Dios les abrió el mar en dos, después de que les caía literalmente el alimento del cielo, la nube, el fuego, etc., ¿Cómo es que no creyeron?" Pues sí pasa y más aún... aquí viene lo interesante: Se les olvidó que eran el pueblo de Dios, eran especiales, eran los amados de Dios, tenían el favor y gracia, la revelación y la voz de Dios... los demás pueblos ¡les temían! Y ellos se veían así mismos pequeños. ¡Si hubieran creído en lo que ellos eran! ¡Si hubieran confiado en el poder de Dios a su favor!

Lo que en realidad entendí, es que Dios no puede bendecir a alguien que se cree tan poca cosa, porque está anulando la misma creación y la obra que Dios tiene planeada. (Entiéndase claramente que no es por la persona, sino por el plan que Dios tiene para ella). Una persona que no se valora, o no cree en ella misma no tendrá la capacidad de pelear como fuerte guerrero para cumplir la obra de Dios. ¿Cómo podrían conquistar la tierra de los gigantes si desde antes ya se sentían derrotados?

Por supuesto que Dios se enojó contra ellos, pero hubo dos, dos valientes que creyeron con toda convicción en el poder de Dios y en ningún momento dudaron en que Dios les daría la victoria. Ellos sí que entraron a conquistar la tierra.  

Mi diálogo fue:
—¿Señor hasta cuándo saldré de este desierto?
—Sólo cree.
—Pero te he creído, Señor ¿qué falta?
—Cree en ti, porque no es por ti, sino por mi presencia en ti.

Entonces recordé mis palabras cada vez que me refiero a los libros que he escrito, siempre digo: "Pues a ver quien los compra, porque yo no soy nadie, nadie me conoce"... ¡Válgame! Ante esto sólo me queda reconocer cuánta misericordia y paciencia tiene Dios con nosotros, y nos dirige, nos va guiando, endereza nuestro camino una y otra vez... ¡Cuánto amor! Yo ya me hubiera ahorcado a mí misma hace mucho. Pero Dios es amor y nos ama con amor eterno y él no se detendrá hasta haber hecho lo que dijo que haría con nosotros. 

Así que mi consejo es "Cree"... y no por ti, sino por la presencia de Dios en ti.  

    

La Verdadera Pascua (Paste 2)

En el escrito anterior hablamos del verdadero origen de la Pascua, es una fiesta que Dios marcó para que se celebrara para siempre, fue cua...