viernes, 30 de octubre de 2020

Ya no somos esclavas, somos hijas de Dios (2da Parte)


En la primera parte de este escrito, desmenuzamos la idea de ser hijos, y así como somos hijos de un varón y todo lo que esto significa, así mismo somos hijos de Dios, lo cual es mucho mejor y más agradable.  Ahora vamos a hablar acerca de estos versículos:

¡Despierta, oh Sión, despierta! Vístete de fuerza. Ponte tus ropas hermosas, oh ciudad santa de Jerusalén, porque ya no volverá a entrar por tus puertas la gente impura que no teme a Dios. Levántate del polvo, oh Jerusalén, y siéntate en un lugar de honor. Quítate del cuello las cadenas de la esclavitud, oh hija cautiva de Sión.  (Isaías 52:1-2 NTV)

Una vez que comprendemos que somos hijos de Dios, nos daremos cuenta del gran potencial que hay en esa realidad, y lo primero que ocurrirá es que sabremos que somos amados y libres de toda esclavitud. Quizá te estarás preguntando ¿esclavitud en estos tiempos? ¡No existe tal cosa! La realidad es que somos esclavos de temores, vergüenza, condenación, culpa, control, y no somos conscientes de ello, sin embargo todas esas cosas nos atormentan, nos esclavizan.  

Te invito a imaginar la escena en la que Dios nos habla las palabras que anteriormente cité de Isaías 52:1-2, trataré de describir una escena que Dios ha puesto en mi corazón.

Imagina una persona tirada en el piso, inconsciente, llena de polvo, sus ropas están gastadas, rotas y sucias, incluso está sangrando un poco de los pies, sus rodillas están heridas y su rostro está golpeado. Trae cadenas en el cuello, es un esclavo maltratado y herido, abandonado en medio de la nada, sólo hay polvo.

Un hombre camina hacia la persona con paso firme, no titubea, va directamente a encontrarse con él y al estar junto se inclina, suavemente le retira el cabello que cubre su rostro, se conmueve profundamente, trata de contener el llanto, pero unas lágrimas ruedan por sus mejillas. Traga saliva y dice:

   ¡Despierta, oh mi hijo amado despierta! Levántate del polvo, oh mi amado, quítate del cuello estas cadenas de esclavitud.      

Abre sus ojos y reconoce a su padre, lo abraza con fuerza y llora en su pecho. Lloran juntos y le dice:

   Ponte tus ropas hermosas mi hijo amado, vístete de poder, eres mi hijo y yo soy el Rey, olvídate de la esclavitud. De mi cuenta corre que nunca más entrará a tu vida gente impura que no tiene temor de mí, yo soy el Rey.

   Pero me perdí y te fallé, —responde la persona— ahora estoy aquí y tú me has encontrado, no soy digno.

   Eres mi hijo, eres para mí hermoso y valioso, no importa nada de tu pasado, sólo sé que te encontré y quiero darte todo lo que es mío para que los disfrutes. Siéntate en tu lugar de honor, el que te corresponde por ser mi hijo. No luches más, sólo siéntate y descansa en mi poder.  

No puedo evitar algunas lágrimas salir de mis ojos al escribir estas palabras, es el amor de Dios trayendo libertad a nuestros corazones. Si en algún momento te tocó ver o vivir el encuentro de un papá con su hijo y el abrazo profundo que se rodea de lágrimas, podrás entender esta escena. Solamente te recuerdo que el encuentro de un hijo perdido con el Padre (Dios) es mucho más profundo, real y liberador.

Dios te dice:

“No me importa tu pasado, ni tu condición actual, te he encontrado y de mi cuenta corre que nunca más te hagan daño. Vístete de poder y siéntate en tu lugar de honor porque eres mi hijo amado. Levántate y quita de tu cuello las cadenas de la esclavitud ¡Quítalas! Eres libre y te amo”. 

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